Artículo extraido de su canal de Facebook
El tantra utiliza los sentidos para enfocar la presencia en el momento presente. A través de la vista, los ojos y el tacto, nos conectamos con el ahora. Y hoy quiero centrarme precisamente en el tacto. En realidad, todo es tacto, porque cuando te miro desde un espacio de presencia y desde un espacio de corazón, te estoy tocando profundamente. Mi ser se encuentra con el tuyo. Sin embargo, si te miro desde un lugar de juicio o comparación, también te estoy tocando, pero de una manera diferente, a través de mi atención.
La atención en sí misma, y el lugar donde la enfoco, es una forma de tacto. Si te hablo desde un espacio de presencia, conectado al corazón, mis palabras, independientemente de su contenido, llegarán a un lugar dentro de ti que es distinto al que alcanzarían si hablara desde el pasado o el futuro, desde una comparación, un juicio o una activación emocional que proviene de experiencias pasadas.
El tacto, cuando estoy plenamente presente en el momento del contacto, en el lugar donde nuestras pieles se encuentran, y escucho con atención ese cuerpo vivo que fluye, se despliega una gama de percepciones y sentimientos. Este contacto se conecta con el cerebro y expande su capacidad de sentir y percibir.
Entonces, cuando te toco de esa manera, o tú me tocas de esa manera, nuestros cuerpos comienzan a sentirse y a fundirse. Ahí surge una danza, una danza que también es impulsada por la respiración.
Sin embargo, muchas veces, si prestamos atención, notamos una queja recurrente entre amantes, tanto hombres como mujeres. Las mujeres a menudo sienten que el hombre toca con una meta: excitar o «hacerlo bien». Y las mujeres también caen en este patrón. Este es un condicionamiento tan arraigado que a veces resulta difícil de superar, porque está profundamente grabado: «tengo que hacerlo bien», «tengo una meta con este tacto», «mi objetivo es excitar», «mi objetivo es crear placer», o incluso «tengo la necesidad de sentir la aprobación de si lo hago bien o mal».
Entonces, aparece la mente, esa mente dual que siempre está en el pasado o en el futuro. La amígdala se activa, recordando todas las veces que no nos han tocado con presencia ni con cariño, y esto nos impide sentir la magia del momento presente.
Por eso, más allá de cualquier técnica, más allá de abrir espacios en el cuerpo o de explorar lugares que a veces hemos negado y que no queremos ni ver ni abordar, para mí lo más importante es destilar dos cualidades esenciales: la presencia y el amor.
Cuando uno es tocado con presencia, inmediatamente surge amor: amor por el misterio del cuerpo, amor por esta vida, amor por la forma del otro, amor por la vida que pulsa en ese instante. Y esto solo puede ocurrir si hay presencia, tanto dentro de mí como en el otro. Tocar y llevar toda tu atención al punto de contacto te permite sentir la respiración, el pulso de tu corazón, la textura de la piel. Luego, puedes ir más profundo: sentir la estructura, e incluso el vacío de ese cuerpo, un vacío que resuena con el vacío del universo.
Este será el enfoque principal de esta semana, en la que trabajaremos con el tacto. Así que, cuando toques tu cuerpo o el de otra persona, o cuando te sientas tocado por otro cuerpo —porque siempre es un intercambio bidireccional—, recuerda esto: si yo te toco, al mismo tiempo tú me estás tocando a mí. Y si tengo la paciencia y el cariño de estar plenamente presente, poco a poco el cuerpo se despliega, se abre, y también me toca a mí.
A partir de ahí, si no hay una meta en ese tacto, si no quiero arreglarte, mejorarte, ni siquiera excitarte, sino que simplemente nos sumergimos en el placer de ese contacto, la sensualidad natural del cuerpo comienza a emerger. Poco a poco, se liberan las memorias de contactos traumáticos o dolorosos que hemos guardado.
Esto también aborda un trauma que afecta especialmente a los hombres: el trauma de no saber tocar, de no hacerlo con dulzura, de recibir quejas o de no sentirse adecuados en el tacto. El tacto es un arte precioso que nos pertenece a todos y que deberíamos practicar mucho más.
No tiene que tener una connotación necesariamente sexual, ni siquiera sanadora —aunque la sanación ocurra por sí misma—. Debería ser simplemente un tacto sensual que nos lleve a la no dualidad a través de este sentido tan valioso. Nos permite sumergirnos y dejarnos caer en la meditación al enfocarnos en esta percepción, en esta sensación. Y podemos empezar por tocarnos a nosotros mismos.